Hoy durante la mañana tuve la responsabilidad de regar las plantas por primera vez sola. Ayer D se fué y me pidió que lo hiciera. Me dió un poco de miedo, porque «no soy buena cuidando a las plantas», pero me propuse hacerlo con tiempo, dedicación, cuidado y amor.

Ayer, un poco en relación a lo que luego quiero contar, hice una videollamada con mi papá. Si bien no hablamos muy seguido, cuando lo hacemos hablamos largo y tendido y siempre profundizamos sobre temáticas del ámbito laboral, emocional y de desarrollo personal. No solemos hablar de otra cosa. Mi papá es sol en cancer y yo luna en el mismo signo. Ya me lo confirmará o no mi astróloga de cabecera Tati, pero sospecho que puede venir por ahí.

La cuestión es que con mi papá hablamos como dos horas de mi situación actual en relación al trabajo, la valoración personal y el potencial. Intercambiamos puntos de vistas y le comenté como me siento en relación a mi realidad. El siempre dijo (y sostiene) que soy muy inteligente, y se que lo piensa más allá de ser mi papá y mirarme con ojos de amor. Yo también se que soy inteligente, se que además tengo muchos atributos que siempre pensé, e incluso comuniqué, que me faltaban.

Y ahí voy, hablamos sobre «mi gran inteligencia pero mi poca -persistencia-«. Y mientras teníamos la conversación, algo de claridad llegó a mi y pude comunicar por primera vez una sensación nueva al respecto.
Este discurso me acompaña desde siempre: desde que comencé y dejé muchas carreras, desde que viví y me mudé de muchos sitios: «Soy poco persistente, me falta constancia».
Y ayer, verbalizando al respecto, entendí que estoy en un distinto lugar.

Entendí que no fué nunca un problema de «insconstancia» sino que tuve que hacer un largo camino para encontrar ESAS COSAS que me apasionan y me provocan serlo. Y fué una búsqueda que tomó mucho tiempo, energía, desilusiones y frustraciones. Pero por el contrario, me abrió nuevas puertas, me contactó con gente nueva y me enseñó que «el que busca encuentra».

Yo entendí que mi acto de persistencia y constancia más valioso fué ese: buscar y buscarme. Conocerme, profundizar en mi, tanto en lo bueno como en lo malo. Posiblemente irme de mi lugar de nacimiento como parte esencial y, en definitiva, impulsiva para esa búsqueda necesaria.

Ayer mientras le decía esto a mi papá entendí que hoy soy consciente de eso, se lo que quiero y, sobretodo, lo que no quiero. Que seguiré buscando por pasión, pero ya desde una base vital: se quién soy, hacia dónde quiero ir y cada vez tengo más claro cómo.

Y eso me trajo esta mañana, mientras rellenaba unas regaderas de agua, este pensamiento.
Siempre pensé (y hasta hoy seguí pensando) que «soy mala cuidando plantas». Y no, no es que se mala, sino que nunca nadie me enseñó a cuidarlas, nunca conviví intimamente con ellas, no se qué necesitan ni tampoco se bien como dárselo.
Y recién ahora, en este íntimo oasis que llamo hogar, convivo con ellas, me alimentan, doy pequeños pasos de cuidado amoroso como quitarles chupones o quitarles hiervas de alrededor.
Recién ahora alguién me comparte cosas sobre como es cuidarlas y todos los detalles sobre convivir con ellas.

Me miro a mi misma y pienso en todas esas veces que me decreté algo que no soy ni fui. Y pienso en todas esas carencias que dejamos que nos definan en vez de entender que tenemos la libertad y el derecho de poder subsanarlas.

Yo hoy aprendí que solamente necesito aprender más sobre ellas, para así poder cuidarlas. Igual que me pasó conmigo misma, que primero tuve que conocerme para luego entender, cuidar y acompañarme.